Viaje al corazón de una oficina.
Sueños de papel
Cada oficina es un mundo y cada escritorio un planeta, en esta suena
Oasis de fondo, la jefa se entretiene
escribiendo mensajes de texto en su celular, que probablemente contengan
alguna banalidad según muestra su risueña expresión en el rostro.
Las manos de los jóvenes trabajadores se mueven apresuradamente y los tipeos se
adueñan del poco silencio que podía quedar en el ambiente.
Papeles, lapiceras, abrochadoras, adornos de once, papelitos,
vasos de plástico y más papeles inservibles llenan los escritorios de desorden
y formalidad a la vez. No importa que hagan, pero si en la oficina hay papeles
desprolijos por todos lados está bien, eso quiere decir que están trabajando.
Afuera, la radio pasillo está encendida y en su momento de mayor
audiencia, todos comentan fervientemente la noticia de la semana, en este caso
es que Fulanita anda con Fulanazo y todo esto sin que Susanita se entere. Ahora
toda la empresa, menos Susanita, sabe que la buena pirateada que se mandó
Fulanazo le va a valer un buen ascenso, porque Fulanita es la nueva directora
del departamento de Santos chamuyos y perejiles, puesto muy cotizado dentro de
la compañía.
Por la puerta ingresa alguien de traje, un señor muy importante,
o eso parece ser porque quienes simulaban estar muy concentrados en sus
monitores esbozan una sonrisa que nadie se cree
y van atentamente hasta el para saludarlo cálidamente.
El intenso aroma a café barato se respira por todo el edificio,
los pequeños vasos blancos se multiplican y pintan de pie a cabezas el esfuerzo
que los oficinistas hacen para mantener sus ojos abiertos. Por si la monotonía
de las paredes blancas, los monitores y los escritorios fuera poca, los
múltiples calendarios esparcidos a lo largo y a lo ancho del tiempo confirman
que el tiempo se congela y los días no
pasan.
Son las 12 del mediodía y comienza el desfile de personal hacia
el comedor. El menú del día, además de carne al horno, incluye seguir charlando
de la tan divertida temática laboral porque, aunque no haya mucho para hacer,
en el horario de almuerzo hay que seguir hablando de trabajo.
Con la panza llena, la tarde es una siesta total. Nadie se
esfuerza por ocultar la pachorra que genera una suculenta comida, excepto
Gerardo, que es el empleado del mes desde hace 5 períodos y no quiere perder
por nada del mundo semejante premio, entonces corre para todos lados sin saber
a quién ni por qué.
Pero a las 17:45, 15 minutos antes de que cierre la empresa,
todos parecen estar desbordados de ocupaciones, entonces los jefes se dan
cuenta que tienen empleados tan pero tan aplicados que se quedan hasta 20 minutos
terminado su horario laboral y sin reclamar pago de horas extras.
Se va acabando la jornada,
las caras cambian cuando se acercan hacia la puerta. Una vez afuera, cada uno
abandona su personaje, vuelve a darse cuenta de que atrás de esas paredes hay
un montón de cosas para disfrutar y que hay un mundo que sigue girando más allá
de los escritorios, los papeles y los monitores.