domingo, 24 de julio de 2011

Primera parada: Pirané, Formosa.

Bajo las escaleras del micro. Por fin salgo del  vehículo y me acerco a la parte trasera del mismo. Mientras retiro mi mochila ya respiro otro aire. Es que estoy en Pirané, Formosa. Con mi guitarra y todo mi equipaje comienzo a caminar buscando un lugar donde hospedarme. Mis zapatillas rápidamente se contagian el marrón de la tierra que hace de carretera por estos pagos.
Son las 9 de la mañana y la avenida principal está prácticamente desierta. Sigo caminando. En la tercer esquina hacia la izquierda de la terminal hay un semáforo, que dos motociclistas respetan rajatabla a pesar de que no hay tránsito a la vista. La paz del sitio es inmutable. El único sonido audible es la pequeñez de la brisa.
La sombra de una extensa arboleda cubre el paisaje de las calles de Pirané. Las vías de un tren que ya no existe pintan la realidad de un pueblo que cambió. Se pueden observar al menos dos locales vacíos por cuadra, donde evidentemente en algún momento funcionaron comercios. Se hace difícil encontrar un kiosco o un almacén, no pasa lo mismo con las iglesias, hay cinco en menos de diez cuadras. Los carteles de Insfrán, actual gobernador que además ejerce el poder en la provincia desde 1995, aparecen en cada una de las pintorescas plazas que son abundantes en el pueblo.


Mientras camino me doy cuenta que llamo la atención de los pueblerinos, parecen no estar acostumbrados a recibir turistas. Intento entablar conversaciones con algunos pero son bastante callados, responden amablemente pero con oraciones cortas a cualquier pregunta. Los policías parecen igual de prepotente que en los demás rincones de la Argentina o quizás más. Al menos eso me hicieron sentir en el único cruce que tuve con ellos.
 El clima es agradable, un calor que no es para nada asfixiante. El sol ilumina los monumentos que hay a distintos próceres en diversos puntos del pueblo. Pirané no tiene paisajes llamativos, pero tiene particularidades para conocer en su gente en sus casas en sus iglesias y en cada rincón de tierra.   
                                        

domingo, 17 de julio de 2011

El comienzo de mi viaje...

 Desde que un click cambia tu cabeza, desde que un sueño traza tu ruta, desde que decidís juntar cada centavo para hacerlo, ahí empezas a viajar, ahí empieza un viaje. La línea D del subte porteño es el comienzo del mio. Allí con mi amigo y compañero de  numerosas aventuras, Jeremías, o el colo ,como le decimos sus amigos, recorremos a pura guitarreada y canto la Ciudad de Buenos Aires. Vivimos de eso , de tocar canciones , de generar sonrisas y de pasar la gorra. Es indescriptible la alegría que emanan las personas. Así como la risa se contagia fácilmente, la energía positiva fluye de una manera impresionante.
Abandonar la rutina esquemática del trabajo de oficina es un paso difícil de dar, pero sumamente necesario para muchas personas. La vida es distinta cuando uno maneja su viaje y explora la verdadera libertad.
Una tarde en el subte es una tarde de trabajo,  pero también  de estudio porque cada canción que interpreto estoy aprendiendo algo o refrescando un conocimiento que ya tenía. Es además  diversión, pues como no disfrutar de las cosas que nos encanta hacer en la vida: Tocar música y conocer personas.
La magia de conocer personas es la magia de conocer el mundo,  cada individuo es distinto y cuando nos relacionamos con la gente de a poco  nos estamos interiorizando sobre que es realmente la humanidad. No deja uno de sorprenderse en lo variable que son las distintas personalidades. Mi pequeño universo  se agranda de a poquito cada vez que adquiero una experiencia, cada vez que conozco un sitio nuevo, cada vez que descubro un mundo.
Cierro los ojos a veces mientras canto. Voy imaginando los distintos paisajes que próximamente visitaré. Los abro y me encuentro nuevamente en un vagón bajo el suelo rodeado de un par de luces artificiales y personas vestidas de traje, pero estoy contento de estar ahí. Soy feliz así, tal cual como estoy.
Al lado siempre lo tengo a el colo, un personaje especialmente particular que me encargaré describir más tarde .Los dos siempre estamos con camisas de colores, al mejor estilo hawaiano. Llevamos inevitablemente un carrito azul que utilizamos para desplazar de manera cómoda el amplificador en el que enchufamos nuestras guitarras y un micrófono.  Siempre nos acompaña una  inmensa alegría que intentamos contagiar a todos los pasajeros del subte, a  los choferes, y básicamente a cualquier persona que crucemos.
El subte es un gran termómetro social. Viajan en el personas de todas las edades y clases sociales: Obreros, oficinistas, estudiantes, empresarios y desocupados. Es inevitable utilizarlo por más auto importado que se posea, pues el tráfico en Capital Federal indica que un viaje en subte es mucho más rápido que uno en auto, y los tiempos en la ciudad son tiranos.
 Entonces ahí se juntan, la clase alta con la media y baja y los jóvenes y adultos con los ancianos. Quizás sirva para darse cuenta que no somos tan distintos. Que, a pesar de las diferencias,  compartimos gustos, intereses, costumbres, gestos culturales, utopías, idioma y hasta una bandera que nos engloba a todos. Difícil es a menudo reflexionar. Vernos cerca los unos a los otros.